Aquí voy a hacer muchas amigas queridas y sociables.

 

Edición: Psicóloga Carolina Guzmán Sánchez ||Encuentrame en Doctoralia 
Modelo: Eli Luna || Fotografía: Carolina Guzmán «Alias»Carol J Angel

 

Lo he pasado mal a lo largo de mi vida porque no entendía por qué las mujeres podemos llegar a hacernos tanto daño entre nosotras sin motivos reales.

 

A lo largo de mi vida he pasado por diferentes fases de conocer nuevos círculos de amistades.

Desde el colegio, el instituto, el ciclo superior, la universidad y el trabajo. Y nunca le he caído bien a las chicas de mi entorno.

En el cole era una niña mona, con mis dos trenzas rubias enmarcando mi cara redonda. Los ojos claros resaltaban en mi clase, donde casi todas las chicas eran morenas de ojos oscuros. Además era buena estudiante, y los maestros me querían mucho, siempre era la preferida, el ojito derecho de la seño. Pero no me gustaban las Spice Girls.

Cuando salíamos al patio en el recreo, mientras las niñas de mi clase imitaban las coreografías de Wannabe, yo me sentaba al sol con algún libro de la sección de literatura juvenil de la biblioteca, aunque aún no llegaba a la edad para leer esas historias.

Alguna vez venían niñas de otros cursos a preguntarme si no tenía amigas.

Supongo que con mi actitud poco social tampoco ayudaba mucho, pero yo no evitaba a otras chicas, simplemente era más tímida y me gustaban cosas diferentes.

Pero después vino el instituto.

Las chicas empezaban a maquillarse para ir a clase, a vestir faldas provocativas poco prácticas para montar en bicicleta, a quedar después de clase con los chicos para «estudiar» y a darse sus primeros besos.

A mí los chicos no me hacían caso.

En esa edad, mi concepto de arreglarme para salir consistía en ponerme un poco de rímel, un brillo suave en los labios, y dejarme al viento alborotados los rizos rubios. Mi ropa más atrevida para salir era un jean al que le corté las rodillas para darle un toque más alternativo, y cuando mi madre me lavaba las Converse y salía con estas limpias me sentía la reina del barrio.

Era un bicho raro.

Antes de entrar en la universidad aún no estaba segura de lo que quería estudiar.

Sabía que me gustaba pasar tiempo con niños porque en las reuniones familiares sigo prefiriendo inventar cuentos y juegos para mis primos pequeños antes que meterme en las encorsetadas conversaciones de los adultos. Por ello me matriculé en un curso de enseñanza superior para formarme como maestra de apoyo a niños con necesidades especiales.

El primer día del curso vi que en la clase solamente éramos chicas, 30, y pensé ilusionada: «aquí voy a hacer muchas amigas».

Pero no sé qué les pasa a las mujeres conmigo.

En cuanto comenzamos con los trabajos en grupo y los exámenes muchas se me acercaban porque sabían que mis trabajos siempre eran los que tenían la mejor nota y que mis apuntes eran los más completos para preparar los exámenes. Pero en lugar de ser amables conmigo, empezaron a criticar y a hablar mal de mi, extendiendo rumores de que yo no merecía mis calificaciones por mis méritos, sino que los ganaba haciendo trampas y copiando.

Fue realmente frustrante.

Aunque lo peor vino en la universidad.

El curso que había hecho me daba acceso por mis buenas notas a la carrera de magisterio, y aunque no hubiese buena relación con mis compañeras de clase, las materias me habían gustado. Decidí entonces seguir profundizando y me matriculé en la universidad para ser maestra.

Yo pensaba que ahí, que la gente ya es un poco más adulta, también habría más madurez entre los compañeros, ¡qué equivocada estaba! En mi curso éramos unas 90 personas, aproximadamente 80 chicas. Y casi todos los trabajos había que hacerlos entre 3 ó 4 personas.

Al principio intentaba mantenerme discreta, tímida, pero siempre dispuesta a ayudar a mis compañeros. Pero en cuanto vieron que no me costaba trabajo destacar, la mayoría de las chicas se centraron en degollarme, lincharme públicamente, ir extendiendo chismes falsos sobre mi y hacerlos llegar al profesorado.

Cuando salían después de clases jamás me invitaban. Sufrí acoso y ansiedad hasta el punto de no atreverme a levantar la mano para preguntar dudas en clase. Fue una etapa horrible de mi vida.

Ahora en el trabajo el ambiente es más relajado, aunque no deja de ser cruel a veces. Como maestra en un colegio privado, algunas de mis compañeras docentes dejan entrever a veces que me contrataron por mi físico, porque no tengo las cualidades necesarias. Pero los niños hacen que me olvide de todo. Y el cariño que me transmiten sus padres. Eso me hace darme cuenta de que realmente sé motivar a mis alumnos y que me aprecian por ello.

No entiendo cómo otras, al llegar el viernes, salen corriendo deseando emborracharse en los bares y hablar sobre hombres guapos, eso es para ellas sinónimo de diversión. Yo lo paso bien dejando volar la creatividad con mis estudiantes, disfruto con mi vida.

Siempre he visto con envidia esos grandes grupos de amigas de toda la vida en los que se cuentan todo y siguen estando muy unidas a pesar del paso de los años.

Pero en este tiempo he conocido algunos de esos grupos y he visto que no todo es tan de color de rosa como parece.

Entre ellas hay envidias y rivalidades, y no son tan amigas: son aliadas o enemigas. Son grupos de chicas celosas y acomplejadas que necesitan estar en manada para hacerse fuertes frente a las lobas solitarias.

Lo he pasado mal a lo largo de mi vida porque no entendía por qué las mujeres podemos llegar a hacernos tanto daño entre nosotras sin motivos reales. Creemos que calmaremos nuestras inseguridades juzgando a una chica a la que en el fondo envidiamos por su cuerpo, por su trabajo, por su cara, por la vida que ha llevado. Y no se dan cuenta de que ni yo ni ninguna otra chica que haya pasado por esto mismo hemos elegido nacer más o menos guapas, más o menos listas, más o menos trabajadoras, o en familias con más o menos dinero.

Yo soy una loba solitaria. Mis amigas son pocas, pero buenas, de las de verdad, de las que no me juzgan y me quieren tal y como soy.

Y ahora mismo, tras muchos años sufridos injustamente, me siento orgullosa de ser así.

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