Los tiempos antiguos son mejores que los de ahora.

Edición: Psicóloga Carolina Guzmán Sánchez ||Encuentrame en Doctoralia 
Modelo: Eli Luna || Fotografía: Carolina Guzmán «Alias»Carol J Angel

Loles nació en un tiempo muy difícil.

Pero ella siempre dice que los tiempos antiguos son mejores que los de ahora.

En su casa no había ni luz, ni agua corriente.

Para ir al baño tenía que salir al patio, cruzar el gallinero, y acurrucarse en un agujero del que salía un hedor capaz de rematar al más vivo.

En invierno, por la noche, para no tener que hacer ese camino a oscuras y lloviendo, todo el mundo en la casa usaba un orinal que guardaban bajo las camas. Por las mañanas ella, la única mujer de cuatro hermanos, tenía que vaciar el orinal de todas las habitaciones, con cuidado de que no se derramase nada de las vacenillas por el camino.

Su padre tenía tierras, así que en casa nunca faltó la comida. A ella no le permitían acercarse a hablar con los muchachos, los jornaleros que la familia contrataba para trabajar en el campo.

Su madre la enseñó a cocinar, a lavar y planchar, a coser, a hacer encaje y bordar, a preparar jabón casero con aceite usado y soda cáustica, a amasar pan y dulces, a matar a una gallina rompiéndole el cuello de un giro rápido, a hacer embutidos de cerdo en cada matanza de diciembre, a rezar el rosario, y lo más importante que dice ella: a que los hombres de su casa siempre vayan impecables.

De niña vivió una guerra, con su postguerra y su hambre. Ella iba con las monjas a hacer labores de mujeres: cosían heridas, pero también ropa de cama, preparaban vendajes, ponían apósitos, guisaban sopas y caldos, lavaban a enfermos de su bando, y rezaban por ellos.

Le habían dicho que los del bando opuesto eran enemigos que querían robar las tierras de sus padres y dejar a su familia en la pobreza, así que creció con ese temor. En casa daban cobijo y capacha a soldados de uno de los dos bandos, y Loles escuchaba las historias del frente que le contaban a sus hermanos que, por suerte aún eran demasiado jóvenes como para ir a la guerra.

Una mañana, a los 14 años, Loles salía por la puerta de atrás, por la que sacaban a las bestias, cuando sus hermanos iban a faenar. Se habían dejado el almuerzo olvidado en la cocina, y ella corría a llevárselo. En ese momento, el vecino de enfrente, que también salía temprano sacando la yunta de bueyes para arar, le dijo «buenos días».

Los hermanos se lo contaron al padre de Loles, que le dijo severamente «el vecino te ha hablado en público, tendremos que arreglar el casamiento».

Durante 5 años de novios con el vecino de enfrente, Loles jamás pasó ni un momento con él a solas.

Al caer la tarde, en verano, Loles salía a pasear a la calle principal con sus amigas, y ahí se cruzaban con los hombres que volvían del campo. Cuando el vecino vino a pedir su mano, ambos estaban tan cortados que no fueron capaces de mirarse a la cara. Ninguno sabía del otro poco más que su nombre, y la fama de su familia.

Con 19 años, Loles se casó.

Ella siempre cuenta que las niñas de hoy no saben lo que es ir al altar con un ramo de azahar, como pudo ir ella, porque iba virgen, inmaculada. Loles no ha conocido más varón que su marido desde los 19 hasta ahora, que tiene 83.

Desde que se casó, Loles solo ha tenido hijos y cuidado la casa. 9 parió, 7 ha criado, que 2 le nacieron angelitos del cielo.

Loles les ha hecho de comer, los ha lavado, les ha cosido la ropa a mano, se ha preocupado de que estudiasen y consiguieran un futuro de provecho, para que viviesen una vida mejor de la que ella vivió.

Su marido se levantaba al alba, marchaba a la faena, y al volver del campo se paraba en la posada a apostar vasos de vino jugando al dominó. Ahora que está mayor y senil, es un viejo borrachín y cascarrabias que no quiere ducharse.

Él dice que si ya no va al campo no se ensucia. Loles dice que ya ha criado a 7, y ahora, a su edad vuelve a tener otro niño pequeño con el que bregar.

Ahora, al final de su vida, Loles cuida a sus gatos y riega sus plantas, recoge a los nietos del colegio, y sigue acogiendo a toda la familia en las celebraciones, como en Navidad, cuando prepara la cena para 30 personas cada año.

Y cada vez que ve a algún crío con un teléfono móvil, se lo quita y lo manda a jugar al parque.

Por Irene Jímenez Garcia
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