Artículo Narrativo No.003 – 20 de enero de 2021
Por Kominsky*
La historia de Ángela Davis, su lucha, sus errores y sus enormes aciertos, expone a la luz y reflexión, la urgente necesidad de la empatía, que toda lucha no está exenta de fallos o de caminos equívocos, sino que el foco principal debe ser el bien mayor, el bien común.
En el barrio El Castro de San Francisco hay una pared que aún conserva entre varias inscripciones y grafitis el escrito “Free Ángela” (Liberen a Ángela). No recuerdo las intersecciones pero si mantengo un ávido recuerdo de esa frase que resistió al paso del tiempo o probablemente fue su significado trascendental a su época quien lo hizo.
En Memphis, en el “Museo Nacional de los Derechos Civiles”, uno de los tantos corredores que recrean la historia y momentos sustanciales de la lucha por la igualdad racial, la Dra. Ángela Davis construye y da valor al camino recorrido por tantos seres de lucha que antepusieron el bien común por encima del individual.
Lo cierto es que la historia ubica a Ángela Davis en aquellos momentos que analizados en perspectiva contribuyeron a mover “algo” en la sociedad y en casos puntuales, al colectivo universal.
Hay una frase del filosofo y teórico político Herbert Marcuse que afirma “El conocimiento puede ayudar a cambiar al mundo” y ciertamente viniendo de Marcuse, tan cercano a la formación filosófica de Davis, no resulta difícil hallar el contenido y la carga intelectual en cada paso y acción que Ángela llevó adelante en su construcción como activista.
En aquellos años ya había ocurrido “La negativa de Rosa Parks”, oponiéndose a ceder su asiento en un autobús de Alabama a un pasajero blanco, “La sentada de los 4 de Greensboro” en Carolina del Norte, tomando los asientos reservados para blancos en una tienda de comidas,
“La Rebelión de Detroit” con el levantamiento de 5 días en contra de la segregación y opresión, y tantos otros hechos que oficiaron como cimientos a un despertar que hasta el día de hoy suma etapas.
La irrupción de Ángela Davis a finales de los 60’ adhería componentes que para los despachos de la
Casa Blanca excedían la acumulación tolerable de caracteres subversivos, Ángela era (ante la despectiva categorización del orden político de la época) “Mujer, Negra y Comunista”, amenaza por demás elocuente a las normas y control que ejercía el poder.
En su período de formación, luego de abandonar Alabama para dirigirse a Nueva York, viaja a Francia para estudiar “Literatura Francesa”, recorre Europa acumulando experiencias, regresa a California y se gradúa, pero su vocación termina ubicándola nuevamente en Alemania donde realiza un Doctorado en Filosofía apoyada en su determinación y obsesiva capacidad ante el conocimiento.
Instalada en Alemania, Ángela no era ajena a los movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos ni a los hechos que se manifestaban cada vez con mayor poder de organización, Martin Luther King Jr., Los Panteras Negras, Malcom X y en el plano literario la obra de James Baldwin.
Aquel germen que había sembrado Marcuse, comenzaba a germinar.

Se incorpora a la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) como profesora asistente interina de filosofía, allí tendría lugar su primera exposición mediática al ser identificada y despedida por la administración del Gobernador de California Ronald Reagan, debido a su publica afinidad con el
Partido Comunista.
Muchos hechos relevantes sucedieron a la vida activa de Ángela Davis, incluso la cárcel, formar parte de la lista de los 10 más buscados por el FBI, pero definitivamente lo que más llamo mi atención fue el relato que Davis haría años más tarde acerca del significado y la experiencia de ser mujer dentro de una organización de lucha.
A temprana edad escribió su autobiografía en Cuba, hecho del cual podemos inferir la carga de vivencias y experiencias en tan corto espacio de tiempo y la trascendencia de los mismos.
Formar parte de un movimiento que exalta la igualdad entre pares y dispares no significa, según Ángela, que la base de ese movimiento esté libre de conflictos internos. En reiteradas ocasiones, las mujeres del movimiento se vieron cuestionadas por el ala masculina (sus compañeros) dado el protagonismo que estaban adquiriendo y principalmente el lugar que ellas ostentaban. Ángela sostenía, “ellos suponían que veníamos a ocupar un lugar en la parte trasera del salón para asentir en silencio todas sus declamaciones”, lo cual evidentemente anulaba desde el punto de vista moral todo discurso de reclamo por igualdad y derechos equitativos.
Pero no solo en esa realidad hay contrapuntos, en muchos pasajes de sus escritos la misma Davis deja ver y expone de manera explícita su rencor hacia cierta población blanca que intervenía en sus años de desarrollo, “Nos reuníamos en el jardín de mi casa a la espera de que pasase un automóvil con ocupantes blancos y le gritábamos todo tipo de ofensa”, lo cual no desautoriza en absoluto su proclama, sino que acentúa el poder de la empatía. No se trata de identificar al provocador, ni que la reacción equivoca invalida el principio fundamental, pero cuando hablamos de la lucha racial en Estados Unidos (y tantos otros lugares distantes), hay un componente infinitamente mayor de repudiable desprecio e inequidad hacia la población negra. No solo se trataba de un empleo justo, de una remuneración digna, de acceso a oportunidades o acceso a libertades y espacios públicos, sino de valoración humana, respeto y humanidad.
La historia de Ángela Davis, su lucha, sus errores y sus enormes aciertos, expone a la luz y reflexión, la urgente necesidad de la empatía, que toda lucha no está exenta de fallos o de caminos equívocos, sino que el foco principal debe ser el bien mayor, el bien común. Ese debe ser el propósito superior que conduzca nuestros actos. Los seres humanos tienen ideas y las ideas contienen humanos.
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