¿Si me toca la lotería?

Edición: BP||Directorio     Modelo: Eli Luna || Fotografía: @CarolJAngel
Redacción: Irene Jimenez Garcia 

 

A mi me toco la lotería, y ¿a usted?

 

Se conocieron un miércoles 3 de septiembre hace ya ocho años.

 

Él la vio en la cola de embarque. Llevaba el pelo corto, la cara lavada, vaqueros, camiseta y zapatillas. Una chica sencilla. En la mano llevaba un libro, Un cuarto propio, de Virginia Woolf. Y él se enamoró.

Siempre había pensado que ver a alguien leyendo un libro que te gusta es ver a un libro recomendándote a una persona. Por su forma de vestir y el libro que llevaba él ya sabía que ella iba a ser su futura esposa.

Salió de la fila y fue al puesto de libros y prensa del aeropuerto. Buscó el mismo título de Virginia,  al llegar a la puerta de embarque pidió que le cambiaran el asiento. Le dijo a la persona que se sentaba junto a ella que era una persona supersticiosa y lo convenció.

Cuando ella volvió del baño se encontró con un compañero de vuelo un poco desaliñado pero con un aire interesante. Con barba de unos días, vestía vaqueros, camiseta y zapatillas. Un chico sencillo. Sobre sus piernas tenía un libro, Un cuarto propio, de Virginia Woolf. Y ella se enamoró.

Él se hizo el sorprendido cuando ella le mostró su lectura para el vuelo.

Quería que pareciese todo una casualidad del destino. Así que la conversación fluyó pronto entre ellos.

El vuelo los llevaba a México.

Él había conseguido una estancia de investigación en la Universidad Nacional Autónoma de México y pasaría el próximo curso impartiendo clase de literatura y estudiando a los escritores mexicanos recientes.

Ella había dejado su trabajo, que no le llenaba, para viajar y encontrarse a sí misma, y tenía previsto recorrer el país durante el tiempo que fuese necesario hasta decidir qué hacer con su vida.

Pasaron un año entero descubriendo México de la mano antes de volver juntos, en el mismo vuelo, como compañeros de asiento. Un año que llenaron de risas, de recuerdos, de comidas picantes, de noches de mezcal, baños en el Pacífico, pueblos mágicos, pirámides aztecas, chapulines con limón y sal, micheladas, Frida Khalo, mariachis, trajineras, y tianguis.

Construyeron un amor de esos que son para toda la vida. Era una pareja que parecía destinada a estar junta para siempre, habían nacido el uno para el otro.

Ya de vuelta, iniciaron una nueva vida en la que él impartía clases en la Universidad de la ciudad, y ella hacía diseños para camisetas modernas. Eran una pareja asentada, con sus rutinas y sus costumbres. Los lunes él no trabajaba, y podían salir a desayunar juntos a su cafetería preferida, un bonito rincón soleado en una plaza desde donde veían correr a los niños detrás de las palomas, y escuchaban el tañir de las campanas de la catedral.

Todos los viernes iban juntos al cine y compraban una bolsa grande de palomitas para compartir. Los sábados hacían limpieza en casa, y cenaban fuera, a veces con amigos, a veces solos. Y les gustaba remolonear hasta tarde los domingos por la mañana en la cama, pasar el día viendo series en el sofá, y pedir comida china a domicilio.

 

Tenían una vida llena de planes de futuro.

Hablaban de comprarse una casa antigua en alguna zona rural con muchas habitaciones. Tendrían que restaurarla, y prepararían cada dormitorio para alquilarlo a viajeros y personas que buscasen unos días de desconexión y tranquilidad. Allí él se dedicaría a escribir su novela, y ella cuidaría el huerto, los animales, y cocinaría para los huéspedes que se alojasen con ellos. Soñaban con una vida tranquila, en la naturaleza, ecológica, y queriéndose mucho.

Un martes, de camino a la Universidad, él entró en el establecimiento de loterías. Todos los martes jugaba a la misma combinación. En una papeleta, tenía que tachar 5 números entre el 1 y el 100, y si en el sorteo del fin de semana eran elegidos esos números, serían millonarios. Marcó el día del cumpleaños de ella, el de él, el de su hermano y el de la hermana de ella. El quinto número que tenía que tachar era el número de la casa en la que vivían. Pero ese día un impulso repentino le llevó a cambiar de idea, y tachó el 39, el 3 del 9, el día que se habían conocido.

 

Y desde entonces viven la vida que habían soñado juntos.

 

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