«No era fútbol, era fraude»

Boletín de Prensa No.20 –Junio 21 de 2016
Por ANGELICA VILLALBA- Prensa Efectiva AA

Entonces comprendimos que somos marionetas, marionetas con camiseta de fútbol y una pelota al pie, pero nada más que marionetas. -Fernando Araújo Vélez

Hace dos décadas, cuando los ecos del estruendoso fracaso de la Selección Colombia en el Mundial de Estados Unidos alternaban titulares con el escándalo del proceso 8.000, que incluyó entre sus procesados a dirigentes, técnicos o periodistas deportivos, un libro puso en evidencia lo que la sociedad se negaba a reconocer: La podredumbre del fútbol. Se llamó ‘Pena máxima’ y su autor, Fernando Araújo Vélez, puso el dedo en una llaga que continúa intacta.

Hoy, con la prueba en desarrollo del fifagate que destronó a algunos de los zares del fútbol, entre ellos al presidente de la Federación Colombiana, Luis Bedoya, el periodista Fernando Araújo vuelve a esgrimir su malestar personal. Esta vez lo hace a través de su libro ‘No era fútbol, era fraude‘ en el que desentraña cómo, a través de los años, los aficionados han subido por una “infinita espiral de engaños y mafias” hasta convertirse en las marionetas del fútbol. EL Espectador

 

Para comenzar a escribir este libro sólo necesité un poco de rabia, de indignación, y esa rabia y esa indignación las encontré en el primer libro que hallé en mi biblioteca, ¿Quién se robó la copa?, del periodista inglés David Yallop

FÚTBOL , PATRIA  Y MAFIA

FERNANDO ARAUJO VELEZ-revista pazcana.jpg

Para comenzar a escribir este libro sólo necesité un poco de rabia, de indignación, y esa rabia y esa indignación las encontré en el primer libro que hallé en mi biblioteca, ¿Quién se robó la copa?, del periodista inglés David Yallop. Allí, página tras página, fui repasando viejas historias de corrupción y abusos de poder en la Fifa que había olvidado. De Yallop pasé a la televisión, a un partido cualquiera del fútbol colombiano, y allí me topé con los periodistas que transmitían y comentaban lo que los dueños de la pelota querían que transmitieran y comentaran. Pensé en fútbol, patria y mafia. Eché hacia atrás la película y recordé los sucesos del Mundial del 94, el asesinato de Andrés Escobar, los años anteriores, la locura, y los años recientes con la Copa de Brasil. Y de nuevo se me vino encima la misma ecuación: fútbol, patria y mafia.

Con esas tres palabras fui regando las páginas de estas historias, sustentadas con la colaboración invaluable de Nancy Paola Moreno, Gloria Bejarano, Jorge Cardona, Olga Lucía Barona y Alejandro Pino. Todos, con documentos, datos, libros, audios, recuerdos, fueron nutriendo de fútbol, de patria y de mafia este libro. Algunos textos ya los había escrito en El Espectador. Los retomé, cambiándoles la forma para contextualizar esta larga historia. Los otros fueron surgiendo línea tras línea, en la medida en que descubría costales repletos de fraudes e intrigas. Hoy, uno no deja de sorprenderse por tanta sangre, por tanta mentira, y porque casi un siglo y medio después de que en Inglaterra se reglamentara el fútbol, o el juego, nos encontremos inmersos en una nueva relación de dominio en la que las mafias lo han permeado casi todo, directa o indirectamente, con dinero o con amenazas.

El fútbol es una mina, igual que la patria. Cuando Luis Bedoya, expresidente de la Federación Colombiana de Fútbol, criticaba a Jairo Clopatofsky (exdirector de Coldeportes) porque decía que se debían investigar los dineros del fútbol colombiano, hacía énfasis en que dichas investigaciones podían provocar que la Fifa desafiliara a Colombia de su entidad. A Bedoya le preocupaba la Fifa, pues con la Fifa, el fútbol colombiano podría ganar millones, y por la Fifa, Colombia podría vender sus partidos de fútbol por televisión y radio. No habló entonces de patria, pero sí lo hizo luego, cuando dejó entrever, para vender patrocinios, que Colombia era la marca más reconocida del país. Y hablaba de marca, no de juego. Bedoya pocas veces habló del juego, como no lo hicieron antes Bellini ni Londoño Tamayo, como no lo hacían Havelange ni Blatter. A ninguno le importaba el juego en sí, y si alguna vez les importó fue porque los resultados los conducían al dinero.

El juego nos importaba a nosotros. El juego nos apasionaba a nosotros, que creíamos en los jugadores y que nos sentíamos seguros de que la pelota estaba limpia. Nos llenamos de nombres, de imágenes, de goles, de sueños de fútbol que nos hicieron un poco menos insoportables los días. Nosotros éramos el juego, y en cada balón dividido veíamos fantasías y en cada gambeta, a Dios. Hasta que un día dudamos porque alguien nos dijo que dudáramos y nos bajó a la tierra y nos contó que los triunfos no siempre se daban sobre una cancha. Nos pinchó el balón. De ahí en más, fuimos subiendo por una infinita espiral de engaños y mafias. Sin embargo, el fútbol seguía ahí. Nos hipnotizaba. Queríamos creer. Creímos de nuevo y no fuimos capaces de apagar los televisores, hasta que otro alguien –un libro, un periódico, un documental- nos bajó del cielo y llegamos hasta acá, hasta este doloroso escepticismo.

Entonces comprendimos que somos marionetas, marionetas con camiseta de fútbol y una pelota al pie, pero nada más que marionetas.

faraujo@elespectador.com


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