Chicas jóvenes, guapas y un tanto embriagadas

Edición: Psicóloga Carolina Guzmán Sánchez ||Encuentrame en Doctoralia 
Modelo: Eli Luna || Fotografía: Carolina Guzmán «Alias»Carol J Angel

Hace unos días salí a tomar unos vinos con mis amigas. Un grupo de chicas jóvenes, casi treinteañeras, de diferentes perfiles.

Marina no termina una carrera que no le motiva, pero tras casi 10 años de Universidad tampoco se atreve a dejarla por no decepcionar a su familia, y un poco por amor propio. Su hermano, dos años menor, hace tiempo que terminó sus estudios durante una beca de intercambio en Italia, y ahora gana el doble del sueldo mínimo del país en un hospital de Francia. Marina vende pollas de goma, condones, lubricantes y otros juguetes eróticos en reuniones de tupper sex y despedidas de solteras. Con eso va pagando sus caprichos, mientras sigue viviendo en casa de sus padres. Aunque los fines de semana se encarga de buscar casas de amigos y ligues varios por internet en los que pasar la noche probando todos los juguetes que vende.

Ana ha dejado el trabajo que tenía en la empresa familiar. Su padre es un empresario que hizo dinero durante la buena época de la construcción, y la empresa dio empleo a la mayor parte de la gente de la zona. Ana ha tenido que luchar contra el mundo desde siempre por negarse a ser conocida como “la hija de”. La gente dice que ella ha tenido un camino fácil por venir de una familia acomodada. Y ella no tiene que pedir perdón por haber nacido en ese entorno. Ella es demasiado independiente como para conformarse con dedicar el resto de su vida a la empresa familiar. Tiene 3 carreras universitarias, espíritu aventurero y una vida llena de sueños. Se ha ido sola a viajar por el país con una mochila durante 40 días, para encontrarse a sí misma antes de decidir a qué quiere dedicarse durante los próximos años.

A Bea le encanta su trabajo, vive para él, se le llena la boca hablando sobre distribución de espacios, posibilidades de un rincón, iluminación de interiores y últimas tendencias. Es decoradora de una multinacional a la que le hace ganar 20 veces su sueldo cada mes. Es una vendedora nata, desde que con 16 años dejó los estudios por vender ropa para una firma juvenil. Una niña guapa que vio dinero fácil por su cara bonita y que, 15 años después, sabe poner en práctica todo lo aprendido de ventas con cada cliente que quiere redecorar su oficina. Eso, y sacarle partido a su pecho operado, envidia de compañeras, con el que los clientes se quedan embelesados mientras ella les infla las facturas y vende más que ninguna. Con las comisiones que saca se paga un vuelo cada 15 días para ver a su novio, que vive en otro país, y con el que recorre el mundo quedando para encontrarse descubriendo sitios en los que no han estado ninguno de los dos.

Y yo tengo que aguantar a diario los comentarios machistas de mi jefe en un puesto de directora con sueldo de becaria. Engaño a los clientes sabiendo que lo que les estoy ofreciendo no es lo que mi empresa hará por ellos, y no duermo con la conciencia tranquila. Pero me da para pagar el alquiler y ahorrar un poco mientras hago experiencia para mi currículo, y poder irme a una empresa mejor donde las condiciones de trabajo sean al menos legales. Ese último día en la oficina enviaré un e-mail a todos los clientes disculpándome por los errores y el servicio prestado. Mientras, mi novio, estudiando en casa para ser maestro, hace la comida, limpia y se encarga de la colada a diario para que cuando yo llegue pueda irme al sofá a ver películas sin tener que preocuparme de las tareas domésticas.

Nos quejamos de que nos gustaría que nos fuese mejor, nos desahogamos entre nosotras, nos consolamos las unas a las otras brindando con vino blanco, mientras imaginamos lo que les diríamos a tanta gente que nos juzga y que tenemos que aguantar en nuestro día a día.

Marina le diría a sus padres que no quiere acabar esa carrera que detesta, y que le encanta dedicarse al negocio de los juguetes eróticos.

Ana dejaría de ser la chica que lo ha tenido fácil en la vida por venir de una familia con dinero.

Bea le diría a sus compañeras que si tienen complejo de tetas que se operen también en lugar de criticarla a ella.

Y yo sería capaz de contestarle a mi jefe que su madre y su novia sí que tienen que ser unas santas por tener que estar limpiándole las salpicaduras del baño en vez de haberle enseñado a mear dentro.

En el bar, los grupos de chicos nos miran, se nos acercan, quieren pagarnos rondas mientras nosotros los ignoramos cruelmente. Algún grupo de chicas nos mira mal y cuchichea sobre el escándalo que montamos, en vez de venir a unirse con nosotras y desahogarse también.

 No nos va tan bien! nos decimos mientras pedimos otra botella de vino.

 Pero ni tan mal, oye…

Por Irene Jímenez Garcia
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