Edición: Psicóloga Carolina Guzmán Sánchez ||Encuentrame en Doctoralia
Modelo: Eli Luna || Fotografía: Carolina Guzmán «Alias»Carol J Angel
Pasaron varias semanas desde que me noté un bulto en el pecho izquierdo, hasta que finalmente el médico me confirmó la peor de las noticias que podía darme: tengo cáncer.
Tengo dos hijos de 7 y 10 años, una vida llena de metas, muchos objetivos cumplidos y pendientes, un marido que me adora, dos hermanas que lo dejan todo por mi, unos suegros que se desviven por ayudarme, un grupo de amigas con las que salir a bailar y reír, unos padres aún sanos y fuertes, y un quiste en la teta izquierda del tamaño de una nuez que me está envenenando el cuerpo.
Veo en televisión o en prensa esos anuncios en las que famosas lucen un pañuelo rosa perfectamente colocado, con un maquillaje estupendo y un cuerpo fantástico. Se solidarizan con las mujeres como yo.
Yo me miro en el espejo: no tengo cejas, me quedan apenas cuatro pelos sueltos en la cabeza y mi cuerpo está lleno de hematomas y marcas de pinchazos. No somos como nos venden.
Aunque estoy peor ahora que cuando empecé el tratamiento. Yo hacía vida normal: levantaba a los niños, les azuzaba para que se vistiesen mientras hacía el desayuno, los dejaba en el colegio antes de irme a la oficina y trabajaba de 9:00 a 18:00. Después los recogía en casa de mis padres, hacíamos los deberes juntos, íbamos al cine en familia, los fines de semana comíamos fuera, quedaba con las amigas… era feliz.
Y aquel día en la ducha, ahí estaba. Duro, como un pequeño garbanzo, palpable, cerca de la axila. Pasaron días hasta que me decidí a contarlo y en los que por mi cabeza pasaron todos los escenarios y situaciones posibles, acabando siempre en lo peor. En apenas 2 semanas había crecido hasta el tamaño que tiene ahora.
Cuando me tumbo en la cama y se me desparraman las tetas lo veo ahí, prominente, cuestionando la naturaleza de mi cuerpo de mujer, como un tercer pecho que se resiste a dejarse esparcir por la fuerza de la gravedad.
El médico ha decidido probar antes a darme sesiones interminables de quimioterapia para intentar controlarlo antes de abrir y extirpar. Ahora no tengo fuerzas para lidiar con los niños, no aguanto de pie ni la mitad de las horas que mi trabajo requiere, estoy tan cansada que la última vez que fui al cine me dormí en la butaca, y los fines de semana, que suele ser después de inyectarme el tratamiento, me los paso de la cama al baño entre vómitos y temblores.
Yo estaba sana, yo era una persona activa y ágil antes de empezar el tratamiento para curarme.
Esto me salvará la vida, en teoría. Las horas de espera con una aguja dentro, los eternos análisis y revisiones desesperantes. Mientras, tengo que explicarles a mis dos retoños que mamá está un poco enferma y necesita descansar, que papá no está triste, sino cansado porque ahora que mamá pasa mucho tiempo en la cama él tiene que hacer el doble de trabajo en la casa del que le correspondía antes.
Pero lo cierto es que no sé si me voy a curar.
No sé si voy a dejar a un hombre solo y destrozado a cargo de dos chicos pequeños, a unos padres desolados porque puede que entierren antes a su hija en lugar de que ocurra a la inversa, unas hermanas preocupadas de que pueda pasarles lo mismo, y un entorno que poco a poco se iría acostumbrando a una vida sin mi.
Me dicen que tengo que mantenerme positiva, que parte importante y fundamental del camino es ser optimista, estar alegre, llevarlo con naturalidad, asumirlo, y prepararme mentalmente para el día en el que tenga que enfrentarme a mi cuerpo con un pecho en el lado derecho y una cicatriz en el izquierdo.
Me voy acostumbrando a verme diferente.
Decidí no usar pañuelo ni pelucas para cubrir mi cabeza. No tengo de qué avergonzarme ni nada por lo que esconderme. Tengo cáncer, y hago lo que puedo por llevar mi vida como me da la gana.
Y lo intento. Por mis hijos que lo intento, que no quiero que me vean desfallecer.
Pero cuando cierro la puerta del dormitorio por las noches y pienso en que también podría no superarlo y morir, lloro.
También tengo derecho a desahogarme entre lágrimas. No se asimila que puede no salir bien, por muchas probabilidades de éxito que tenga la situación. No te preparan para enfrentarte a la peor situación.
Lloro.
Me duermo agotada cada noche entre lágrimas.
Pero cada mañana, me pinto los labios para dejarles marcado un beso a los hombres de mi casa cuando salen a seguir con sus vidas.
La que tiene cáncer soy yo.
Y lloro si me da la gana.
Por Irene Jímenez Garcia
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