Mujeres Reales

Edición: Psicóloga Carolina Guzmán Sánchez ||Encuentrame en Doctoralia 
Modelo: Eli Luna || Fotografía: Carolina Guzmán «Alias»Carol J Angel

 

María se levanta como cada mañana antes de que salga el sol. Va al baño. Se lava la cara con agua fría. Y prepara café.

El olor va llenando la cocina de su pequeña casa, de dos dormitorios en un barrio de las afueras en la que vive con su marido, peón de obra, sus dos hijas pequeñas que van a la escuela aún y el mayor, que ofrece visitas guiadas a los turistas del centro de la ciudad para poder ahorrar algo con lo que pagarse sus estudios en la Universidad. Quiere ser ingeniero naval y diseñar grandes barcos capaces de cruzar océanos.

Las chicas están llenas de sueños propios de su edad. La mayor, con 13 dice que encontrará un marido rico y no tendrá que trabajar como su madre. Dice que vivirá en un palacio y tendrá sirvientes pero que les pagará muy buenos salarios para que sean felices. A María no le gusta que piense esas cosas y siempre le dice que estudie mucho y no dependa de ningún hombre. ¿Qué pasa si luego no son felices? Pero la niña dice que si se divorcian él tendrá que pagarle una pensión y así podrá seguir siendo rica. Esos pájaros deben habérselos metido en la cabeza en la televisión o las niñas de su clase. La pequeña quiere ser maestra. Es noble, callada, tímida. Habla poco, serena, pero es muy segura de sí misma. Dice que quiere enseñar a todos los niños del mundo a leer. Con 10 añitos que tiene nada más. Es una buena chica.

María trabaja 10 horas al día limpiando en la casa de una señora. Tarda 2 autobuses y una hora con 45 minutos en llegar a ese piso grande, nuevo, bien pintado y con muebles muy caros. No tiene desconchones en las paredes del salón, ni moho de la humedad del techo del baño, ni salen cucarachas del fregadero de la cocina. Su señora se llama Rebeca.

Es más joven y guapa que María, que tras tres embarazos, y una vida dura de penalidades, hace tiempo que dejó de cuidar su físico.

María pasa por poco de los 40 años, pero por su aspecto podría decirse que aparenta casi 10 años más. Tiene los pechos caídos, sobre una barriga blanda tras los partos. No es muy alta, pero sí un poco gruesa. No se pone maquillaje en la cara. No se arregla el pelo que lleva siempre recogido en una coleta baja para que no le estorbe mientras frota el suelo agachada, con sus ásperas manos y sus uñas estropeadas de tanto usar estropajos y productos de limpieza.

Rebeca, la señora de María, es una periodista importante. Sale en televisión. Presenta el noticiario de la noche en una cadena nacional.

Es muy lista y gana bien por ello. Tiene 33 años, y siempre va muy estilosa, vistiendo a la última moda, con ropa muy ajustada y unos zapatos de tacón tan altos que a María le duelen los pies solamente de verla caminar a ella.

Rebeca está desayunando cuando María llega, con su ropa de deporte, porque de casa va al gimnasio. Después vuelve mientras María aún no ha terminado de hacer la plancha, se arregla y se maquilla mucho, y suele salir de compras. Vuelve antes de que María termine su trabajo para dejar todas las bolsas en medio y salir corriendo para llegar a tiempo a la televisión.

Rebeca a veces mira mal a María. Será por su físico, por su apariencia, por su trabajo de clase baja. Pero a María no le preocupa. Aunque su señora no sea muy buena con ella, le paga todos los meses su salario puntual y con ese dinero y lo que gana su marido en la construcción, van pagando poco a poco todo lo que los chicos necesitan y guardando algo para ayudar al mayor cuando entre en la Universidad.

Rebeca gana bien, vive sola en una casa lujosa, sale por televisión, y es muy guapa, muchos hombres quieren estar con ella. Pero María sabe que Rebeca es desdichada. Siempre está enfadada. Solo gruñe. Compra mucha ropa, muchos zapatos, va a restaurantes caros, tiene un cuerpo bonito y en la peluquería le dejan un peinado precioso. Pero Rebeca se mira al espejo y no es feliz.

María quiere que sus hijas sean independientes como Rebeca. Pero sabe que para que sean felices, deben aprender a valorar los pequeños detalles de la vida, y entender que no por ser bonita una tiene la vida más fácil siempre.

Cada noche, bajo la luz de la mesa redonda de la cocina de su modesta casa, cuando María y las niñas han preparado la cena, y su marido llega a casa cansado, los 5 se sientan a comer juntos. Todos hablan de cómo les ha ido el día, lo que han hecho, con quién han estado, lo que les ha pasado, y comparten así su tiempo vivido.

En la tele, de fondo, con el volumen silenciado, Rebeca da las noticias de la noche sin que nadie le haga caso.

Por Irene Jímenez Garcia
Irene Jimenez
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